martes, 19 de junio de 2007


Los Niños que le ponen buena cara al mal tiempo

Kata* tiene 15 años y vive en Tumaco, un municipio de la costa pacífica colombiana, al sur del país. Es jueves y mientras atraviesa las adoquinadas calles de la ciudad tiene cuidado de saludar a todas las personas que en el camino se ha encontrado. Desde hace unos meses Kata se ha vuelto muy popular en el lugar, y no es para menos. Ella lidera un grupo de niños del barrio Puente del Medio que frecuentemente se reúne para hacer cosas que les gustan como jugar, cantar, bailar y dibujar.

Decidió formar el grupo hace 8 meses luego de integrarse a Caja Mágica y a Jóvenes Constructores de Paz. Estos son dos proyectos que Plan desarrolla en Tumaco desde hace unos años. La primera es una revista juvenil e infantil elaborada por niños; constructores de Paz es un proyecto dirigido a jóvenes estudiantes que busca crear con ellos un modelo de convivencia pacífica. Los dos buscan darle herramientas a los niños y jóvenes para que en sus barrios y colegios puedan enseñar y replicar lo aprendido con otros pares. “Yo quiero que los niños de mi barrio dejen de andar por ahí. Quiero enseñarles lo que he aprendiendo en la revista y en constructores. Que aprendan a expresar lo que sienten”, dice Kata mientras se apresura. Hoy a invitado a los niños del barrio para hablar, dibujar y jugar un rato.

Vivir en Puente del Medio no es fácil. Este es un barrio marginal de Tumaco a pesar de encontrarse cerca al centro de la ciudad y sus habitantes viven diversos problemas que van desde la falta de algunos servicios básicos hasta los heredados por la violencia cotidiana y el conflicto armado que vive el país.

“En el barrios hay muchas peleas. También hay drogadictos y a veces llega gente a matar a otra. A mí me da miedo”, dice un niño del grupo. Por esta razón Kata decidió ponerle a su grupo los Niños de Al mal tiempo buena cara. Para convocarlos Kata empezó a invitarlos uno a uno. “Una noche me fui y les dije a cada uno yo quiero que aprendan a comunicarse, a contar lo que piensan”. Hoy son 11 niños en edades entre los 7 y 13 años. Se reúnen en la casa de Karen, que esta llena de dibujos y carteles en los que crearon sus propias reglas de convivencia.

Mientras llegan uno a uno los niños, Kata alista unos cuadernos y unos colores porque hoy van a dibujar. Para obtener los materiales Kata se ha valido de varias cosas. Por un lado aporta del dinero que gana como manicurista y también reúne material que Plan le da. “A mí me gusta ver a los niños jugando, estar con ellos. Yo me divierto mucho con los niños. Me hacen reír” anota mientras hace un improvisado salón en la pequeña casa en la que vive con su mamá y sus siete hermanos.

Su hermana Marcela*, de 13 años también le ayuda. Ella barre el quebrado piso de cemento de la sala, acomoda una sillas desvencijadas y abre la ventana de madera que da a la calle principal del barrio.

Cerca de la casa de Kata hay un lugar donde se vende y consume droga. Los niños y ella ven eso a diario. Kata no soportó más esta situación y frente a la indiferencia de los adultos decidió actuar. Su grupo esta creciendo. Sabe que en la casa de los niños hay conflictos familiares y que no les proporcionan la protección y el cariño que deberían tener. “Hay niños que en su casa los padres les pegan y entonces ellos salen a buscar cariño y por eso hay muchos niños que salen a la calle. Los padres prestan poca atención. Se preocupan más por pelear entre ellos”, dice.

Kata también sabe que todos tienen algo que decir y por eso los motiva para que como niños cuenten lo que piensan y sienten. Con pedazos de cartón han construido un estudio de televisión. Tienen una cámara de cartón, un micrófono de papel unido con pedazos de cinta. Cada uno toma su cuaderno y busca la mejor forma de expresarse.

Los niños prefieren la cámara y el micrófono. Cantan un rap que acaban de inventar y en medio de una algarabía sueñan con la paz, piden que pare la violencia y que los adultos no peleen más. Maquelele que tiene 13 años cree que las drogas no deberían existir: “Yo pienso que no deberían existir. Eso trae mucha violencia”. Rey de 12 años lo apoya y Marcela canta una canción que ella compuso.

Las niñas prefieren dibujar. “El grupo tiene ideas para la revista Caja Mágica. Por ejemplo creemos que los dibujos deberían tener mensajes”, señala Karen mientras saca su colección de revistas Caja Mágica. Tiene todos los números y orgullosa muestra dibujos de sus niños. “Yo creo que en cada revista debería salir la historia de los niños y los jóvenes que estamos enseñando, haciendo las réplicas porque así podríamos aprender más”.

Kata tiene nuevas ideas, nuevos planes y sabe que si los lleva a cabo podrá ayudar a más niños. Además del grupo de su barrio apoya a otro grupo de niños de un centro de acogida. “Ellos son niños que han tenido que irse de sus casas y viven en la calle. La gente los ve por ahí pidiendo limosna pero es como si a nadie le importara. Yo estoy enseñándoles los fines de semana”. Con estos niños la experiencia ha sido más difícil pero Kata no se ha desanimado. Junto con la trabajadora social del Centro de Acogida organiza actividades para los niños y tiene el objetivo de disminuir su agresividad, mejorar su autoestima y hacer que ellos mismos se reconozcan como familia.

Cuando le preguntan que ha aprendido de toda esta experiencia no duda en responder: “He aprendido a trabajar con los niños. He aprendido a trabajar con comunidad, a escuchar las opiniones de mis compañeros sobre temas como violencia, egoísmo, conflicto familiar. Mi mamá me pregunta que de dónde saco tanta paciencia para atender a los niños y yo creo que es porque también he aprendido a tenerme confianza y porque he aprendido a expresar lo que siento”.

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